LECTURA 03
Un día llamó a nuestra puerta un
tipo extraño; un hombrecillo de baja estatura y algo robusto. Llevaba, cargada
sobre la espalda, una bolsa más grande que él.
- Aquí traigo aparatos para
vender - dijo.
- Enséñemelos - dijo papá. Esta es la máquina de hacer los
deberes. Apretando el botoncito rojo, se resuelven los problemas; el botoncito
amarillo es para desarrollar los temas y el botoncito verde sirve para aprender
geografía. La máquina lo hace todo ella sola, en un minuto.
- ¡Cómpramela, papá! - dije yo.
- Bueno. ¿Cuánto pide por ella?
- No quiero dinero - dijo el hombrecillo.
-
¿Cómo? ¿Acaso usted me la dará gratuitamente, sin esperar nada a cambio?
- No,
pero no quiero dinero por la máquina. Quiero el cerebro de su hijo.
- ¡Está
loco! - exclamó papá.
- Escúcheme, señor - dijo el hombrecillo, sonriendo-. Si
la máquina le hace los deberes, ¿para qué le sirve el cerebro?
- Cómprame la
máquina, papá - imploré -. ¿Para qué quiero el cerebro? Papá me miró un
instante y después dijo:
- Bueno, llévese su cerebro y no se hable más. El hombrecillo
me quitó el cerebro y lo guardó en una bolsita. ¡Qué ligero me sentía sin
cerebro! Tan ligero que eché a volar por la habitación y si papá no me hubiera
agarrado a tiempo, habría salido volando por la ventana.
-Tendrá que meterlo en
una jaula - dijo el hombrecillo.
- ¿Por qué? - preguntó papá.
- Porque ya no
tiene cerebro. Por eso. Si lo deja suelto, volará hasta los bosques como un
pajarillo y en pocos días morirá de hambre. Papá me encerró en una jaula, como
si fuera un canario. La jaula era pequeña, estrecha; no podía moverme. Las
barras me apretaban, me apretaban tanto que me desperté asustado. ¡Menos mal
que solo había sido un sueño! Inmediatamente me puse a hacer los deberes.
Adaptado de Rodari, Gianni. (1998). Cuentos
largos como una sonrisa.
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